Estás nerviosa y muy cansada. La semana ha sido agotadora. Llevas meses de estrés.

Solo quieres descansar y no estar para nadie.

«Necesito cambiar el chip.«

De repente, suena el teléfono.

Es la cuidadora de tu madre anciana. Tu madre no se encuentra bien y ella no sabe qué hacer.

«No puedo«- piensas – «No tengo energía para hacer ese viaje.”

“Necesito descansar.”

“No quiero ver a nadie, ni cuidar de nadie.”  Te resientes con la vida por colocarte en esa situación.

Pero sabes que tienes que ir: tus valores no  dejan cabida para no acudir. Jamás te lo perdonarías, así que la decisión está tomada.

Coges las llaves del coche y haces un viaje de 2 horas hasta su casa.

Tu madre está en la cama, con los ojos cerrados. Tiene más de 90 años y mal color. Apenas puede hablar.

El corazón te empieza a palpitar…

«Dios mío, esto es serio,  emergencia.»

«Estoy tan cansada, No sé si podré manejar esto.»

«Mi corazón no lo va a resistir» – dice  una voz interna en pánico  – «Va a mil por hora.»

«Me siento fatal, me voy a desmayar»  –repite la voz, histérica.

Pero es una urgencia. No puedes desmayarte. Coges el coche de nuevo y la llevas a urgencias.

La sala de espera está a tope y te sientes mareada.

Con gran control, sientas a tu madre en una silla de ruedas.

Apenas eres consciente de ella, ni de lo que pasa a tu alrededor. Cierras los ojos para no marearte.

Tu conciencia se va estrechando. Ahora es un túnel  que solo nota el corazón y la cantinela «NO puedo«, “me voy a desmayar.”

Tienes miedo al miedo, a no controlarlo.

El corazón se dispara aún más. Vas a desmayarte….

«Bueno, al menos estás en  un hospital» – dice otra voz con recochineo.

De repente, tu madre abre los ojos un poquito.

– Niña, ¿estás bien? – pregunta

Te mira con preocupación.

Todo cambia de repente.

Esas palabras y su mirada, te sacan de la burbuja del miedo.

«Claro que puedo», te dices.

El túnel se amplía, lo suficiente como para crear una grieta en la hipnótica cantinela del No puedo.

Respiras hondo y miras a tu madre. Miras a tu alrededor y destensas la mandíbula. Respiras

«Sí puedo»– te repites- » ese pensamiento no es mío, es del miedo»

Si mi madre enferma con 93 años tiene energía para pensar en mí, yo puedo.

«Son sensaciones», te repites como un mantra que contrarresta al “no puedo”

Respiras hondo y sigues  poniendo la atención en tu madre.

El corazón poco a poco vuelve a la normalidad.

La vista se aclara.

El diafragma se relaja y respiras mejor

Aterrizas, poco a poco en el cuerpo.

Respiras hondo otra vez.

El estado hipnótico va cediendo.

Vas notando lo que ocurre a tu alrededor.

«Son sensaciones desagradables, pero no necesito  controlarlas… solo notarlas y respirar.»  

El pánico cede.

Poco a poco, sientes de nuevo otras partes del cuerpo.

«Solo son sensaciones….»

«Confía en la fortaleza humana.»

“Confía en tu fortaleza.”

Poco a poco el corazón se calma. El renunciar al control y fluir con las sensaciones gana al relato de la ansiedad, al no puedo.

Eso es la resiliencia: Confiar en tu fortaleza,  notar el miedo y dejar que pase sin sucumbir a él. Claro que consume energía; en el corto plazo.

Pero nos aporta fortaleza y autoestima en el largo plazo.

Me gusta mucho la letanía de las Bene Geserit en el libro Dune de Frank Herbert

“El miedo mata la mente. Es la pequeña muerte que trae la destrucción total. ….Dejaré que el miedo pase sobre mí y por mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo, ya no habrá nada. Sólo yo permanezco».

Tod@s podemos cultivarla poco a poco, con paciencia y amor y confianza hacia nosotr@s mism@s

© Luisa Fernández Sierra